Entre las muchas cosas que me dan curiosidad están las galletas de la suerte o de la fortuna. Acompañan una de mis comidas favoritas, la asiática, mientras me entero de mi fortuna con recipiente comestible.
¿De dónde son las galletas de la suerte? ¿Quién creó nuestro destino hecho cookie?
Resulta que las galletas de la suerte o «fortunate cookies» se le ocurrieron al japonés Makoto Hagiwara en San Francisco y fue a principios del siglo pasado, en 1909. Más tarde, David Jung, el fundador de una fábrica de noodles en Los Ángeles, las lanzó como producto en 1918. Si están de acuerdo conmigo, podríamos afirmar que el éxito de estas galletas tiene que ver con el oráculo, el horóscopo, las runas, el I Ching y toda esta gama de especialidades que nos anticipan el futuro.
Las galletas del señor Makoto llevan un destino escrito adentro
Ahora, lo más sorprendente y, por qué no divertido, es que esos dulces que parecen niditos con un papelito adentro logran que los guardemos, leamos mil veces y hasta los compartamos o los pongamos en nuestro escritorio para reforzar aquellos deseos pronosticados por una galleta. Una vez más se trata de la palabra escrita y su poder. Todo depende de nuestros contextos para que nos creamos la verdad de ese destino y nos lo tomemos al pie de la letra.
Ficciones que –muchas veces- se toman bien en serio
Su forma completamente sellada también nos ayuda a despertar esa curiosidad infantil que provoca ese placer cuando descubrimos lo que leemos adentro. Siempre creemos sin problemas la señal de las palabras, pues, nuestro porvenir (en ese momento) está soportado por una tradición oriental que no tiene contrincante.
Anécdotas de papel hechas para comer y contar
Como sea, ese objeto lúdico, dulce, crocante y asombroso, con su juego de palabras al interior, logra que, y no digan que no les ha pasado, cambiar nuestra perspectiva sobre un asunto en especial o tomar una decisión importante en la vida.
Para quienes defienden el papel, es un recuerdo invaluable que ningún dispositivo móvil puede sustituir
Conservar nuestra fortuna en una pequeña pieza es un tesoro ingenioso y feliz que pocos banquetes ofrecen. No se deja de leer porque, al fin y al cabo, es un esparcimiento que hace que la comida se llene de anécdotas por contar, en (casi) cualquier parte del mundo, y sin necesitar ningún dispositivo móvil de por medio.
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